Thursday, June 4, 2009

ZC. ZONA DE COMPARSA, Capítulo 4.

4. La noticia.

Atemorizada pero contenida; llorosa pero reprimiendo sus lágrimas, Sati estaba en el consultorio del médico, que ahora procedía a abrir el sobre con los resultados de los análisis. La pequeña diabla tragó saliva. Jesús, que estaba sentado a su lado, pensaba que seguramente los 28 días de atraso eran una equivocación: Sati seguramente había contado mal, había multiplicado sin querer los días por dos, o por tres, o…

— Te felicito, Satanasa. Vas a ser mamá — dijo el médico, interrumpiendo las sinrazones desesperadas de Jesús.
— ¡¡Noooooooo!! ¡No puede ser! ¡Seguro que los análisis están equivocados! ¡No puede ser! — dijo Sati, mientras las lágrimas ya incontenibles rodaban por su cara.
— Tenés que calmarte, nena. Vas a ser mamá, y tu novio, acá presente, supongo que será el papá.
— ¡Calmate, Sati! — terció Jesús —. ¿Querés que vamos a la Plaza Cuadril a tomarnos unos vinos? ¿O al Bar Cuernavaca? ¿Querés que vamos a Cuernavaca?
— ¡No, no! — interrumpió el médico —. Van a tener que parar con los vinos y las cervecitas. Eso no le va a hacer bien a la criatura.
— Está bien, vamos a Cuernavaca— dijo Sati, secándose las lágrimas.

Jesús pensó que sería mejor agarrarlo a Dios borracho para darle la noticia del embarazo de su novia. Dos días después de la visita al consultorio médico, el Mesías se sentó en uno de los bancos de la plaza de Villa Krause, justo frente al Bar de la Calesita. A eso de las seis de la tarde llegó Dios, como todos los días, acompañado del Padre Paqui, y se sentaron junto a otros viejos borrachos que ya le venían dando desde temprano. Jesús, siempre sentado en el banco, escondió su cara detrás de un diario, para que el viejo no se avivara. Así pasaron las horas. Ya a eso de las nueve y media de la noche, Dios estaba dado vuelta. Jesús, entonces, cruzó la calle, llegó al bar, que tenía las mesas en la vereda, buscó una silla, y se sentó a la mesa que compartía su padre con los demás borrachos. El mozo de la Calesita le preguntó si se iba a servir algo, a lo que Jesús respondió:
— Un café, por favor —. Dicho esto, escuchó algunas risas reprimidas por parte de los borrachos.
— Café no tenemos, señor. Ayer nos cortaron el gas— respondió el mozo. —Pero le puedo ofrecer algo frío. Cerveza o vino.
— Cerveza—, aceptó Jesús.

Dios Padre no entendía qué hacía ese muchacho, tan parecido a su hijo, compartiendo la mesa con ellos. Aprovechó que el mozo andaba cerca y se pidió otro vaso de vino. Los borrachos se miraban entre sí, y cada tanto miraban a Jesús. Pasaron largos minutos hasta que volvió el mozo, trayendo el vino para el Padre Santo y la cerveza helada para Jesús. Una mosca se posó en el borde del vaso de vino que le correspondía al Padre Paqui. Otro de los borrachos quiso espantarla, y terminó volteando el vaso.
— Mirá lo que hacés, culiau—, dijo el Padre Paqui, muy alterado. — Esto lo pagás vos—, agregó, señalando el vaso hecho pedazos sobre el piso.
— Bueno. Bueno. ¡¡Bueeeeennnnooooo!! ¡¡La paz sea en vosotros, pecadores!! ¡¡Haya paz y silencio en la noche!! — dijo Dios, tratando de calmar los ánimos.
— Si estoy calmado, pero que el vaso lo pague este culiau, porque yo no lo rompí— seguía diciendo el Padre Paqui.

El mismo mozo volvió con una escoba y una palita para limpiar los vidrios rotos. Hacía ese trabajo como un experto, como quien ha limpiado miles de vasos rotos. En eso, Jesús, que ya estaba perdiendo las esperanzas de poder hablar con su Padre esa noche, vio que éste se erguía en su silla, y pedía la atención de todos los presentes.

— ¡Queridos amigos y presentes! Estamos acá reunidos…Estamos acá, digo, en esta noche…reunidos. Reunidos para conmemorar el veinteagésimo. El veinteragésimo…el ventuagésimo primer aniversario de mi gran amigo, que nos honra esta noche que estamos acá presentes con su presencia y con su amistad. Me refiero al Padre Paqui. Que, repito, ha sabido cuidar de la Iglesia de Villa Krause, y ha ayudado a que esta parroquia sea la más mejor de San Juan.

Jesús miraba, incrédulo, cómo los otros borrachos seguían con atención el discurso de su Padre. También el mozo, parado con gesto solemne, seguía el discurso del viejo. Y los otros clientes del bar, sentados a las otras mesas, también seguían cada palabra dicha por el Padre Santo.

— Es por eso, queridos amigos y presentes acá reunidos…Que levanto el vaso de mi copa… para conmemorar y agradecer — enfatizó Dios. —Digo bien: conmemorar este tetragésimo primer aniversario de nuestro amigo…acá…el Padre Paqui, que nos honra y enorgullece esta noche con su distinguida presencia…esta noche. Acá. ¡¡¡Viva el Padre Paqui, carajo!!!
— ¡Que viva!
— ¡Qué viva esa mierrrrda!
— ¡Que viva la Parroquia de Villa Krauseeee!

Todos los borrachitos ahora se entusiasmaban y aplaudían, y palmeaban la espalda del Padre Paqui, quien ahora tenía los ojos llorosos, Jesús no sabía bien si por la emoción o por los siete vasos de Bordolino que se había bajado a lo largo de la tarde. Jesús pensó entonces que un hombre capaz de decir “levanto el vaso de mi copa” no estaba preparado para mantener una conversación mínimamente coherente. Debería esperar a que el viejo durmiera. Agarrarlo en la mañana, recién levantado, desayunar con él y ahí, sí, decirle: “Viejo, vas a ser abuelo. Levantá el vaso de tu taza de café”.

En casa de la familia Satanás, las cosas no iban mucho mejor. Sati encontró a su padre encerrado en su habitación, hablando por teléfono. Cuando el viejo salió de su cuarto, Satanasa, que siempre simplificaba todo, le dijo:

— Estoy embarazada, viejito. Vas a ser abuelo.

Satanás la miró incrédulo. Y apenas pudo atinar a preguntar:

— ¿Qué has dicho?
— Que estoy hasta el moño, papi. Vos tenías toda la razón del mundo. Si seguía así la iba a cagar. Y la cagué, nomás.
— ¿Qué has dicho?
— Viejo, no me hagás repetirte las cosas. Estoy preñada. Embarazada. ¡Estoy hasta las manos! Fui al médico antes de ayer. El padre es el hippie inmundo que tanto odiás. La cagué, viejo. Ese Jesús es tan diferente a los demás…, no sé. Me hizo zapatear la cotorra como ningún otro hombre.

Lo que siguió a esta confesión de Sati fue una andanada de cachetadas por parte de Satanás. No sólo eso, sino que también el Diablo empezó a romper platos, jarrones, y hasta la mesita de Satanasa, aquella que él le había hecho con sus propias manos cuando era chiquita:

— Pendeja puta. ¿Cómo te atrevés a hablar así, frente a la foto de tu madre? Mirá lo que hago con la mesita que te hice cuando eras bebé, mirá. ¡¡Miráaaaa!! — decía el viejo, mientras pateaba la susodicha mesita, que en realidad no tenía la culpa de nada, y la estrellaba contra la pared.

Después de haber roto todo lo que se podía romper en la cocina y en el living, el Diablo puso un disco de Pink Floyd (el estéreo era una de las pocas cosas se habían salvado de su furia). Se preparó unos mates y se sentó en un sillón del living, pensando (con razón) que su vida era una mierda.
Satanasa hacía rato que se había ido a encerrar en su cuarto.

Y llegó el día siguiente en la casa de Dios y la Virgen. Jesús esperó a que su padre se preparara, como siempre, el café. Cuando escuchó a sus padres conversando, Jesús decidió sumarse al desayuno familiar. Fue a la cocina, y después de saludar y servirse, él también, una taza de café, les dijo:

— Viejo, Vieja. Tengo algo para contarles. Satanasa está embarazada.

Dios abrió la boca, que en ese momento tenía llena de café. El café cayó sobre sus muslos, quemándolo. María, que vio lo que se avecinaba, se le acercó para limpiarle las piernas con un repasador. El viejo, entonces, atinó a preguntar:

— ¿Qué mierda decísss?
— ¡Sosegate, Viejo! —, terció María.
— Dejame, dejame. Si estoy calmado — le contestó Dios. — Quiero que vos, pendejo de mierda, me repitás lo que acabás de decir.
— Lo que escuchaste. Que Satanasa, mi novia, está embarazada. Lo confirmó el médico. Ya es un hecho.
— ¡¡¡El hecho va a ser cuando yo te rompa la cabeza, borracho de mierda!!!
— ¡¡Sosegate, Viejo!! —, volvió a terciar María.
— ¡No me sosiego ni un carajo! ¡Le dije a este hippie, inútil de porquería, que no se juntara con esa chinita calentona! ¿Pero no ves que las mujeres son todas unas putas, boludo? ¿Qué vamos a hacer ahora?
— ¡Mirá, Viejo! Todo tiene solución, menos la muerte —, dijo María, siempre tratando de aportar algo de calma. — Le decimos a Sati que le pagamos un aborto, y listo. Yo tengo un médico que siempre me compra fasos, y le puedo preguntar a él—, agregó María.
— ¡Callate, vos! ¡Y que sea la última vez que en esta casa se pronuncia esa palabra! —, dijo Dios, con el dedo índice de su mano derecha en alto.
— ¿La palabra “aborto”? —, preguntó la Virgen María.
— No. La palabra “pagar”. Si quieren cuchara, que la pague el padre de la puta. Yo no tengo un mango.

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