5. Gran fiesta en el Bar “Un rincón de La Boca”
Después de varios días de intentos de suicidio, platos rotos, amenazas, insultos y golpes, las familias de Jesús y Satanasa se pusieron de acuerdo. La idea de la Virgen María no prosperó, y no habría aborto. En lugar de eso, Jesús y Sati se casarían. El Diablo propuso que la fiesta tuviera lugar en el Chalet Graffigna, pero la plata sólo les alcanzó para alquilar el Bar llamado “Un rincón de La Boca”, cuyos dueños eran amigos íntimos del Canijo y el Tortuga.
El casamiento por el civil fue un día viernes, y la fiesta en el Rincón de la Boca fue el sábado. Satanás invitó a todos sus amigos: los clientes de la mueblería y los ladrones de estéreos y televisores de Villa Krause. También estaba la Decana de la Escuela de Comparsa de San Juan, a quien todos llamaban “La Gorda Zulma”, y a veces, simplemente “Zulma”. Zulma y Satanás se habían conocido hacía un par de años, cuando el Diablo se inscribió en la Escuela de Comparsa para aprender algunos pasos de batucada. Desde ese momento, fueron inseparables.
Tampoco podían faltar los borrachitos amigos de Dios que se juntaban en el Bar de la Calesita. La Virgen María invitó a todos los muchachos y chicas que le compraban drogas. El Tortuga y el Canijo no sólo concurrieron a la fiesta, sino que ayudaron a servir las bebidas. Clasegata y las otras amigas de Satanasa llegaron muy temprano y se quedaron hasta el final de la fiesta. También asistieron algunos vecinos, desconocidos y colados.
El Padre Paqui fue quien casó a Jesús con Satanasa. En la fiesta estuvo casi todo el tiempo dormitando en un rincón. Ese sábado le había empezado a dar al Bordolino desde temprano en el Bar de la Calesita. Después, cuando se hizo la hora trasladarse a la fiesta, llamaron un taxi y pasaron de un bar al otro. El último recuerdo lúcido del Padre Paqui era el de ir sentado en el asiento trasero de un auto manejado por un desconocido, mientras los otros borrachos que lo acompañaban discutían algo relacionado con el fútbol. Dios no estaba con ellos, pero les había guardado una de las mesas preferenciales del “Rincón de la Boca”.
La noche transcurrió con normalidad. Los novios bailaron el vals; después se sumaron los padrinos y el resto de la gente. A eso de las cuatro y media de la mañana, Dios se hallaba sentado junto a sus inseparables amigos del Bar de la Calesita, y relataba una de sus historias preferidas: el Génesis.
— Al principio — comenzó Dios con su relato — yo creé los Cielos y la Tierra. La Tierra estaba confusa y vacía, y las Tinieblas cubrían…— Séeep. — Agregó el Padre Paqui. — ¡Los cielos y la Tierra creó aquí el compadre!— Pero mi espíritu — agregó Dios — se cernía sobre la superficie de las aguas. Y dije: “Haya luz”, y hubo luz. Y como la luz estaba buena, la separé de las Tinieblas. Y a la Luz la llamé día, y a las Tinieblas noche…— Seep. A la luz, día; y a las tinieblas… noche, así las cosas, como tienen que ser — agregó el Padre Paqui.
— Y hubo tarde y mañana, y día primero —, siguió diciendo Dios — y después dije “Haya firmamento en medio de las aguas, que separe unas de otras”, y así fue.— Sep. Sí señor. Así fue —. Siguió asintiendo el Padre Paqui, mientras los otros borrachitos de la mesa miraban embelesados.
A todo esto, la Virgen, que estaba bailando un tema de la Bersuit agarradita con el Canijo, pudo escuchar parte del relato de Dios, entrecortado por las expresiones del Padre Paqui. Y entonces le dijo al oído al Canijo:
—Aprovechemos, Cani; el viejo empezó con el Génesis.
Tomados de la mano, y ocultándose de todas las miradas indiscretas, La Virgen y el Canijo agarraron para el lado de los baños. En el baño de hombres fueron directamente hacia el único inodoro que tenía un biombo que lo aislaba del resto del baño. Pero cuando empujaron, tratando de abrir, escucharon gemidos del lado de adentro, y también algunas palabras a medio pronunciar:
— ¡¡Ah!! ¡Ahha! ¡¡Así, así, aaaaaaaahhh, as, asmmpff!!
— mbrpf mbrfffttt ambrfftfttttaa.
— ¡Ah, así, así Satán, asíhh! ¡Pará, pará no! No me la bajés. ¡¡Correla!! ¡Correla que ya estoy muy mojaaaahhhaahahh así, así!, así, aj jajaaja, cosquillas no. ¡Cosquillas no, no seás hijo de puta! ¡¡Correla, Satán, la puta que te parióoohhmmfff!!
— ¡Agarrate Zulma! ¡Agarrate que ahí ohhhh, aahhhhaaaaaa! ¡¡Viva Perón, Carajo!!
— ¡¡¡Ayy!!! ¡¡Perón Perón, qué grande sos!!
La Virgen y el Canijo no quisieron interrumpir, y salieron del sector de los baños. Una vez que volvieron al corredor, vieron una puerta marrón, de tamaño un poco inferior a las demás. La abrieron y vieron que la puerta daba a los fondos de un restaurant que quedaba al lado del “Rincón de la Boca”, llamado “Superdomo”. La Virgen había escuchado muchos rumores acerca del Superdomo. Antes de preguntarle al Canijo si los rumores eran ciertos, prefirió esperar y ver qué se decidía a hacer su compañero.El Canijo trepó por una escalerita metálica que llegaba hasta una puerta de madera pintada de verde. Una vez que atravesaran esa puerta, estarían la planta alta del Superdomo, el epicentro de muchos chismorreos que corrían por la ciudad. La Virgen se decidió y siguió los pasos ascendentes de su amigo.
Cuando atravesaron la puerta verde, María se arrepintió de haberse metido en ese lugar sólo para poder escaparse de la fiesta con el Canijo sin que su marido la viera. Era un riesgo muy alto treparse a la planta alta del restaurante vecino. Alguien los podía ver. Habían llegado a un pasillo. Había tres puertas a la izquierda de ellos y cuatro puertas a la derecha. Se escuchaban voces, algunos gemidos. En eso una de las puertas se abrió: era un baño. Una chica rubia y delgadita, vestida con una remera fucsia brillante y una calza blanca, salió del baño y pasó junto a ellos casi sin mirarlos, para meterse en una de las habitaciones. La puerta se volvió a cerrar, y María y el Canijo volvieron a quedar solos en el corredor.
En eso oyeron la voz de un hombre que provenía de otra de las habitaciones cerradas. Parecía comunicarse con alguien por teléfono:
— Sí. Hola. Le hablamos de parte de la señora Hina. Le tenemos lo que usted había pedido. Sí. Tres pibas para dos diputados. Las van a llevar a su casa, y le tienen que entregar el dinero al chofer…
María y el Canijo apuraron sus pasos. Llegaron al final del corredor. Ahí había una escalera en espiral que llevaba a la planta baja del restaurante, y de ahí, si podían, saldrían sin problemas a la vereda, justo en la esquina de Libertador y Avenida España. Mientras bajaban por la escalera, se cruzaron con tres chicas que subían, dos rubias y una de pelo muy negro y muy largo, las tres muy pintarrajeadas. María entendió que se trataba de las chicas que pasarían el resto de la noche con los dos diputados. Siguieron bajando, y ya en la planta baja no había casi nadie. Sólo un chico atendiendo la caja, con cara de dormido, que saludó al Canijo, y tres o cuatro borrachos desperdigados por las mesas. Salieron a la vereda. Desde la esquina se escuchaba la música que salía desde el “Rincón de La Boca”. También una voz desconocida que hablaba por un micrófono. Tenían que apurarse si querían echarse un polvo, porque ya eran casi las cinco de la mañana, y pronto amanecería. El Canijo entonces tomó la mano de María, y comenzó a caminar apuradamente, casi corriendo, en dirección al edificio del Centro Cívico. La Virgen no entendía muy bien por qué iban hacia el Centro Cívico, ese edificio que había quedado a medio construir allá por los años ´70, y era sólo una estructura desnuda de cinco pisos de alto y dos subsuelos. El Canijo se movía como pez en el agua en el laberinto de entradas y salidas, pasillos apenas iluminados por la luz de un farolito, paredes de cemento sin pintar, pilares graffiteados. De pronto llegaron a una rambla y comenzaron a bajar: estaban entrando al subsuelo del edificio. Avanzaron unos metros, y llegaron contra un portón metálico que no se podía cruzar.
— ¿Dónde mierda estamos, Canijo y la puta que te parió?
— Pará un toque, loca.
Apenas llegaron al portón, un hombre con uniforme de policía salió a preguntarles qué querían. Sin inmutarse, siempre moviéndose con absoluta familiaridad, el Canijo le preguntó al uniformado si esa noche estaba de guardia El Chorizo. El uniformado dijo que sí, y entró a llamarlo. El lugar del que entró y salió el hombre de uniforme era como una cabaña muy improvisada, hecha de madera y restos de cartón prensado. Los policías estaban ahí haciendo guardia. ¿Pero qué custodiaban, además del edificio? ¿Quién se podría robar algo de ahí, si el edificio no tenía nada, ni siquiera paredes?De pronto María miró unos metros más allá de la cabaña, y vio una fila de automóviles, estacionados uno junto al otro. Luego el Canijo le explicó que ese era el lugar donde la policía guardaba los autos que habían sido quitados a sus dueños por multas de tránsito. Los autos que se habían retenido el día viernes se quedaban allí, en ese subsuelo, hasta el lunes siguiente a la mañana. Era por eso que él y el Tortuga venían acá los sábados y los domingos a la noche, si tenían la suerte de que su contacto, el Chorizo, estuviese de guardia. El Chorizo los dejaba pasar y afanarse un par de estéreos de los autos retenidos, a cambio de un poco de marihuana. Cuando el Canijo terminaba con su explicación, se abrió otra vez la puerta de la cabañita, y apareció el aludido Chorizo, con cara de dormido y los ojos inyectados por el alcohol.
— Compadre Canijo. ¡Se le saluda! — dijo el Chorizo.
— ¿Cómo anda, amigazo? — respondió el Canijo.
— ¿Y el Tortuga? ¿Lo cambiaste por esta mujer?
— Es María, una amiga. El Tortuga no pudo venir. Mirá, venía por lo de siempre.
— Está bien. El precio es el de siempre, también.
— Acá está — dijo el Canijo, mientras sacaba cinco porros de un bolsillo de su campera, y se los pasaba al Chorizo.
— Podés sacarte dos estéreos. Más no — dijo el Chorizo. — Aquel Peugeot azul y la camionetita blanca que está más allá… aquella, ¿la ves?
— Sí.
— Bueno, esa y el Peugeot azul tienen estéreo. Tenés una hora. Más no.
— Listo — dijo el Canijo.
María había entendido todo; sabía a lo que se dedicaban estos chicos, pero lo que no entendía aún era qué pasaría con el sexo. ¿Dónde iban a coger?El Canijo sacó de los inagotables bolsillos de su campera un juego de ganzúas. Empezó con la camioneta. Le llevó pocos minutos forzar la puerta. Entró y, usando otro juego de herramientas que tenía en otro de sus bolsillos, se dispuso a sustraer el estéreo. Tenía un alicate para cortar los cables, y una bolsa donde guardó el estéreo una vez que terminó. Trabajaba rápido.
Salió de la camioneta y agarró a la Virgen María de la mano, llevándola en dirección al Peugeot azul. Otra vez, el Canijo forzó la puerta del conductor, entró al auto y abrió una de las puertas traseras. Ahí María entendió.
Mientras el Canijo comenzaba a trabajar en el segundo estéreo, María subió al auto y se recostó en el asiento trasero. Encendió un porro y esperó que su amiguito terminara la faena. Una vez que el segundo estéreo estuvo en la bolsa, el Canijo se pasó del asiento delantero al asiento trasero, fumó un poco del faso que le convidaba María y después comenzó a besarle las tetas.
María percibía que el Canijo hacía todo como si fuera una máquina: robar estéreos, coger, fumar; todo era como parte de un proceso calculado. Se bajó el calzón y dejó que el ladronzuelo ahora usara sus habilidades manuales con ella.El Canijo se excitaba cuando robaba. Ya mientras estaba abriendo la puerta de la camioneta se había puesto al palo. De manera que se corrió apenas entró en el chocho de María. Salieron del auto muy transpirados, con mucha sed. Cerraron el auto, caminaron en dirección a la cabañita, y subieron por la rambla que llevaba hacia la vereda. El Chorizo había dejado el candado abierto, para que ellos lo cerraran al irse.Cuando volvieron a la vereda estaba amaneciendo; caminaron de regreso a la fiesta, que aún seguía. El Centro Cívico quedaba a una cuadra del “Rincón de la Boca”. Así es que cinco minutos después, María y el Canijo estaban tomándose una cerveza, festejando todo lo que habían compartido esa noche. En la mesa de al lado, Satanás y Zulma se miraban entre nubes de alcohol y cigarrillo. Tres mesas más allá, Dios seguía con su relato, que el resto de los borrachitos ya casi ni escuchaban:
— El hombre conoció a Eva su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín. Y después concibió a su hermano Abel, que fue pastor de ovejas, mientras Caín labraba la tierra.
— Sep — dijo el Padre Paqui. — Labraba la tierra.
— Pero un día, no sé que puterío hubo entre Caín y Abel. La cosa es que, estando juntos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Y yo le pregunté a Caín dónde estaba su hermano Abel. Yo ya me veía venir que alguna cagada se había mandado. Y entonces el muy turro me respondió con otra pregunta. Me dijo: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”.
— ¡¡Qué culiau!! — dijo el Padre Paqui.
— Y yo — continuó Dios con su relato — le dije a Caín: “¿Qué has hecho, hijo de puta? Te me vas ya mismo de acá, si no querés que te deje el culo como una jarra.”
— Seee. Como una jarra le tenías que haber dejado el culo a ese culiau — Dijo el
Padre Paqui.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment